Los grupos yihadistas que operan en el Sahel han lanzado en el último mes una sucesión de ataques terroristas contra bases militares y ciudades de Malí, Níger y Burkina Faso que han provocado al menos 300 muertos, mayoritariamente soldados. La ofensiva revela la capacidad de estos grupos armados de organizar ataques de envergadura, después de varios años en los que han sufrido pérdidas severas, y desafía el relato de las juntas militares que gobiernan estos tres países de que están ganando la guerra contra el terrorismo.
La situación es especialmente preocupante en Malí. El 23 de mayo, decenas de hombres armados penetraron en la base militar de Dioura, en la región de Mopti, y asesinaron a unos 40 soldados. Apenas una semana después se produjo un ataque similar en el campo castrense de Boulkessi, uno de los más importantes de las Fuerzas Armadas en el centro del país, donde murieron al menos una treintena de militares. El lunes pasado, la ciudad de Tombuctú fue víctima de una doble ofensiva en la que fallecieron unas 60 personas. En total, unos 150 militares murieron a manos de los yihadistas en apenas dos semanas.
El ejército maliense admitió el pasado jueves la intensidad de los ataques y aseguró que ya se estaba produciendo una contraofensiva. “Las últimas semanas se han caracterizado por un resurgimiento de ataques cobardes y bárbaros contra localidades, poblaciones pacíficas y bases militares en nuestro país y en la confederación de la Asociación de Estados del Sahel (AES), cometidas por una coalición de grupos armados terroristas de distinto signo, que cuentan con apoyos internos y externos (…) la fuerza unificada de la AES está haciendo todo lo posible para sofocar el arrebato de una bestia que, ya derrotada, está en proceso de ser resucitada y mantenida con vida por fuerzas que ya han sido identificadas”, afirmaba el Estado Mayor del ejército en un comunicado.
Además de las operaciones militares en curso, el Gobierno maliense ha decretado un toque de queda en las regiones de Sikasso y Segou, en el sur y centro del país, y ha ampliado el que ya existía en Tombuctú. Multitud de otros ataques de menor envergadura se han producido en todo el país también protagonizados por los yihadistas, como el robo con violencia de una furgoneta cargada de dinero a unos 20 kilómetros de Bamako o la colocación de minas artesanales al paso de unidades del ejército.
Radicalización y violencia
El Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM, por sus siglas en árabe) es el responsable de los ataques en Malí. Se trata de una federación de grupos yihadistas vinculada a Al Qaeda y liderada por el tuareg radicalizado Iyad Ag Ghali, entre los que se encuentra la llamada Katiba Macina del predicador peul (de la etnia fulani) Amadou Koufa, muy activa en el centro del país. En la vecina Burkina Faso es también JNIM la que ha ido asumiendo el liderazgo yihadista en los últimos años y es el responsable del sangriento ataque a la ciudad de Djibo, en el norte del país, el pasado 11 de mayo, en el que fue asesinado al menos un centenar de soldados. Según el propio JNIM, la cifra se eleva a 200 muertos. Solo entre enero y mayo, este grupo se atribuyó la autoría de 240 ataques, el doble que el año pasado.
En Níger el ataque más grave se produjo el 25 de mayo, pero en este caso la autoría corresponde a la Provincia del Estado Islámico del Sahel, más conocida por su antiguo nombre de Estado Islámico del Gran Sáhara (EIGS) y grupo rival de JNIM. Cientos de muyahidines llegados en motocicletas, su habitual modus operandi, lanzaron una ofensiva contra la base militar de Eknewane, al norte de la región de Tahoua y cerca de la frontera con Malí, provocando la muerte de 58 soldados. Esta misma base militar ya fue atacada en septiembre pasado con el resultado de 38 militares asesinados en combate.
La mitad de las muertes mundiales por terrorismo
Esta violencia no es nueva. El último informe del Índice Global del Terrorismo (del Instituto para la Economía y la Paz) alertaba de que el 51% de todas las muertes por terrorismo en el mundo en 2024 se habían producido precisamente en el Sahel: 3.885 sobre un total de 7.555. Sin embargo, lo que sí es nuevo es la simultaneidad de los ataques y su intensidad y que todos ellos han ido dirigidos, principalmente, contra posiciones militares, ya sea bases, puestos de control o patrullas móviles.
Viraje a Moscú
La llegada al poder de juntas militares en Malí, Burkina Faso y Níger mediante golpes de Estado entre 2020 y 2023 supuso un cambio radical de estrategia en materia de lucha antiterrorista. Los tres regímenes liquidaron la presencia militar francesa en sus respectivos territorios y se aproximaron a Rusia como nuevo aliado internacional en materia de seguridad. Malí, en particular, cuenta con el apoyo de mercenarios de Wagner en sus combates en el centro y norte del país desde 2022, de donde han huido decenas de miles de refugiados hacia Mauritania que relatan ejecuciones extrajudiciales y graves violaciones de derechos humanos protagonizadas por el ejército maliense y sus aliados rusos.
En enero pasado, los tres países anunciaron la creación de una fuerza militar conjunta de 5.000 efectivos para hacer frente al desafío terrorista, que incluye patrullas y bases mixtas así como un intercambio de información de inteligencia más fluido que en el pasado. Al mismo tiempo, Rusia facilita material bélico, así como formación a los ejércitos de Malí, Burkina Faso y Níger. Sin embargo, pese a la ofensiva contra el yihadismo, este sigue muy activo en los tres países y además busca nuevas zonas donde golpear: el pasado 17 de abril, un ataque terrorista en el norte de Benín, país situado en el Golfo de Guinea, se saldó con la muerte de 54 soldados.