A las 14.00, el cura, con guantes y de espaldas a los fieles, de cara a Dios (según matizaría la estricta tradición), comienza su misa, íntegra en latín. La liturgia, en la catedral de Chartres, una maravilla del gótico, a 100 kilómetros de París, constituye el máximo esplendor del rito tridentino, santo grial del tradicionalismo católico. Casi nadie entiende una palabra, pero da igual; hay un misal con la traducción para el millar de personas que puede asistir a la celebración dentro del templo. Y, sobre todo, se trata de una reivindicación monumental de una rama marginada en la Iglesia moderna que cada año aumenta su apoyo, al calor del auge del conservadurismo en diferentes rincones del mundo, y culmina aquí, bajo la inquieta mirada del Vaticano. Se trata de una peregrinación de tres días cuyo número de seguidores crece en cada edición.
La marea de peregrinos convocados este lunes por la asociación Nuestra Señora de la Cristiandad, siempre para el día de la Segunda Pascua (en la catedral se encuentran los restos del velo de la Virgen), no ha parado de incrementarse en los últimos años. Fueron 500 en 1983. Este año, según las inscripciones, han participado al menos 19.000. Recorren un centenar de kilómetros de arduos caminos que separan París de la catedral de Chartres, portando consigo estandartes y cruces. Amenizan las horas cantando y rezando en latín y acariciando las cuentas de sus rosarios mientras empujan carritos de bebé o los más jóvenes saborean una cerveza. Ritos anteriores al Concilio Vaticano II, como la misa tridentina (oficiada de espaldas y en latín), constituyen hoy un desafío a la Santa Sede, que restringió de la mano de Francisco hace cuatro años estas prácticas a casos excepcionales.
“Empecé a los 18 años, ahora hace ya 40. Amamos a Jesús y queremos que una los corazones para la comunión del mundo”, explica Cécile de Beir, fotógrafa y una de las organizadoras del evento.
Las inscripciones aumentan cada año un 8% y baja la edad de los peregrinos: la media actual es de 20 años. Hay 1.700 niños, 500 adolescentes de 13 a 16 años. Ahí están François Aubert, de 21 años, y su amigo, Étienne Régent, de 19. Este año han peregrinado en bicicleta. “Venimos porque en el mundo actual es muy difícil conectar con la verdad, con algo auténtico. Este tipo de misa debería ser más frecuente porque se recupera el sentido de lo sagrado. No estamos en contra de la misa moderna, pero preferimos esta”, señala Aubert, al tiempo que ambos admiten no entender ni una palabra de latín.
Los números del evento, donde antes de la misa comienzan a llegar hordas de fieles, harían palidecer a un festival de música pop o a una rave de tecno. Unas 3.300 familias peregrinas, 10.000 adultos, 1.700 extranjeros, 1.200 voluntarios, 6.000 “ángeles guardianes” —impedidos, pero que acompañan la peregrinación con la oración—, 90 responsables organizativos, 430 clérigos, entre ellos el abad Jean de Massia, capellán general. Y una docena de grandes predicadores, como monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la archidiócesis de Astaná (Kazajistán), o el antiguo rector de Notre-Dame de París monseñor Patrick Chauvet. También el obispo de Chartres, Philippe Christory, que abre las puertas de su catedral y preside la misa.
La organización no oculta que Christory no es un entusiasta de esta fiesta, pero lo consiente como quien no tiene más remedio y prefiere convivir en paz con una tradición que resucitó el escritor y poeta Charles Péguy y que, nadie lo oculta, es un fabuloso ingreso para la hostelería de la ciudad.
Componente de protesta
La marcha, sin embargo, tiene también un componente reaccionario y de protesta contenida, especialmente durante los años de Francisco, que se opuso frontalmente a este tipo de celebraciones. El Pontífice limitó en julio de 2021 con un motu proprio (documento papal) la celebración de las misas tridentinas (por el Concilio de Trento), es decir, las oficiadas en el rito antiguo y previo al Concilio Vaticano II. Hasta entonces las seguían realizando grupos conservadores y del sector más ultraderechista de la iglesia, ya que Benedicto XVI así lo permitió en un documento de 2007 para evitar más fracturas como la que se había producido con los lefebvrianos, uno de los grandes grupos tradicionalistas. Ahora deben pedir permiso a los obispos para celebrarlas y se autorizan en casos muy contados. “Respetamos lo que promulgó Francisco. Era el jefe de la Iglesia, faltaría más. Aunque no es algo confortable para nosotros. Esperamos que este Papa nos ame”, señala De Bier.
La fuerza de la peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad traspasa ya fronteras y tiene su versión española desde hace tres años. Cada verano recorre el norte de España a lo largo de 85 kilómetros, desde la catedral de Oviedo hasta la basílica de Covadonga. En la primera edición fueron 400; en la segunda, 900, y en la de este año, 1.200.
El rito antiguo, en el que la misa se celebra en latín, de espaldas y con otro misal, se seguía utilizando en algunos grupúsculos de católicos de Europa central y en Estados Unidos. Benedicto XVI había autorizado que así fuera, pese a que teóricamente quedaba fuera de la reforma del Concilio Vaticano II porque quiso dar cabida a distintas sensibilidades y evitar más fracturas como las que se produjeron cuando se excomulgó al obispo francés Marcel Lefebvre, que había desafiado años antes a Pablo VI con una misa de este tipo ante 7.000 fieles. Los lefebvrianos quedaron fuera de la Iglesia en 1988 con Juan Pablo II, cuando el propio Lefebvre ordenó a cuatro obispos.
La misa tridentina se estableció alrededor de 1570, tras el Concilio de Trento. Las oraciones se pronuncian por parte de los sacerdotes en voz baja y solo en latín. Además, tienen que llevar guantes para no tocar directamente la eucaristía y se colocan de espaldas a los fieles. Este rito dejó de usarse en 1969, cuando fue sustituido por la misa actual por Pablo VI. La cuestión ahora es saber qué hará el nuevo papa, León XIV, con esta celebración de afluencia creciente.