Un pilar de la política exterior alemana desde la posguerra, y de su identidad como democracia liberal, se tambalea: el apoyo incondicional a Israel. El recrudecimiento de la guerra en Gaza han llevado al nuevo canciller, el democristiano Friedrich Merz, a marcar distancias con la política del Estado fundado para evitar que nunca más se repitiese el asesinato de millones de judíos perpetrado por la Alemania nazi.
Las palabras de Merz, que hace dos semanas declaró no entender las acciones del ejército israelí y sugirió que estas violan el derecho internacional humanitario, van más allá de las críticas de sus antecesores. La cuestión es si, pese a todo, la doctrina según la cual la seguridad y la existencia de Israel son una “razón de Estado” para Alemania, seguirá en vigor con el actual Gobierno de democristianos y socialdemócratas. O si el cambio de tono realmente conducirá a un cambio de rumbo.
“El tono es la política”, decía hace unos días Mariam Lau, autora del recién publicado Merz: Auf der Suche nach der verlorenen Mitte (Merz: en busca del centro perdido), un ensayo que retrata políticamente al canciller y que se publicó tres días antes de sus declaraciones. La autora analiza la trayectoria de Friedrich Merz como un clásico político democristiano alemán inquebrantablemente apegado a Israel. Pero también como un pragmático que sabe amoldarse y reaccionar a las circunstancias. Un electrón libre que, si hace falta, se sale del guion.
Por eso, al final del capítulo dedicado a las relaciones germano-israelíes, Lau pronosticaba que podría dar “sorpresas” en este terreno. A veces solo un conservador puede romper con una política históricamente conservadora. Así ha sucedido, aunque en la propia CDU y a su aliada bávara, la CSU, el giro de su líder provoque desconcierto. “A los amigos se les puede criticar, pero no sancionarlos”, dijo el dirigente de la CSU Alexander Hoffmann después de que el ministro Exteriores, Johann Wadephul, entreabriera la puerta a una revisión de las exportaciones de armas a Israel (después Wadephul dio marcha atrás y excluyó esta posibilidad).
El debate sobre el vínculo con Israel se desarrolla en paralelo a la revisión de la relación con Estados Unidos. “Al tiempo que gobiernan, los democristianos deben revisar los dos pilares centrales de su política exterior: la razón de Estado y el atlantismo”, dice Lau, periodista del semanario Die Zeit. “En ambos casos las cosas no pueden seguir igual”.
La politóloga Daniela Schwarzer, de la Fundación Bertelsmann, subraya por su parte que las palabras del canciller son “un mensaje muy necesario hacia los socios europeos que no entienden el silencio alemán respecto a lo que sucede en Gaza”.
Dilemas
Israel plantea a Merz una serie de dilemas. El más inmediato es si cortar o no el suministro de armas, como demandan, a escala europea, países como España. Es el dilema entre, de un lado, la defensa inquebrantable de Israel —que pertenece al ADN de la República Federal reconstruida sobre las ruinas del nacionalsocialismo— y, del otro, la defensa del derecho humanitario y la legalidad internacional. A estos principios, Alemania se siente ligada por los mismos motivos que le obligaron, tras la Segunda Guerra Mundial y los crimines del nacionalsocialismo, a proclamar “nunca más”.
Otro dilema podría planteársele al canciller en un futuro próximo: ¿qué pasa si el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, visita Alemania?
Merz ha repetido en varias ocasiones, desde que ganó las elecciones del 23 de febrero, que Netanyahu no tendría ningún problema para visitar el país, aunque pese sobre él una orden de arresto del Tribunal Penal Internacional (TPI) por presuntos crímenes de guerra y contra la humanidad. Alemania es miembro del TPI y como tal debería arrestarlo. Al mismo tiempo, resulta difícil, casi imposible, imaginar a policías alemanes esposando y enviando a una celda al jefe de Gobierno del país fundado para los supervivientes de la persecución de Alemania durante los años de Hitler.
El 14 de mayo, el canciller describió en el Bundestag la alianza germano-israelí como un “milagro” y un “don” del Estado y la sociedad israelíes que “la República federal no tenía derecho a esperar” tras la Segunda Guerra Mundial. El ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre de 2023, añadió, “hizo que esta responsabilidad histórica se volviese muy concreta”. Pero menos de dos semanas después de aquel discurso, Merz declaró: “Hacer sufrir a la población civil, como se ha visto cada vez más en los últimos días, no puede justificarse por la lucha contra el terrorismo de Hamás”.
Banderas israelíes y ucranias
Para entender la identificación de Alemania con Israel basta acercarse al Ayuntamiento del barrio berlinés de Schöneberg, que durante la Guerra Fría fue el consistorio de Berlín Occidental. Fue ahí, el 26 de junio de 1963, recién construido el Muro que partía la ciudad y Europa, que el presidente estadounidense John F. Kennedy declaró: “Yo soy un berlinés”. Este edificio es símbolo de la democracia, los derechos humanos y la libertad de Alemania. Ahora, frente a la fachada, ondean banderas de Ucrania y de Israel, símbolos equivalentes de solidaridad con dos países atacados: el primero, por Rusia en 2022; el segundo, por Hamás en 2023.
Ambas banderas en Schöneberg resumen un consenso político amplio. El alcalde del distrito es de Los Verdes, como también lo es la diputada Katrin Göring-Eckardt, que hace unos años, antes del ataque de Hamás y la guerra en Haza, explicó el porqué de esta identificación: “La existencia de Israel está directamente conectada con la existencia de nuestro país como democracia libre (…). El derecho de Israel a existir es el nuestro propio”.
En el libro Absolution? Israel und die Staatsräson (¿Absolución? Israel y la razón de Estado), el historiador Daniel Marwecki cuestiona el relato según el cual, después de la guerra, Alemania apoyó económica y militarmente a Israel “por razones morales”. A Marwecki le parece “poco convincente”. Primero, porque la Alemania Occidental reintegró en la posguerra a muchos antiguos nazis y tardó al menos 15 años en empezar a afrontar sus crímenes, antes de convertirse en un modelo en las políticas de memoria.
La ayuda de la Alemania Occidental a Israel a partir de los años cincuenta, añade el historiador, no respondía a consideraciones morales, sino a los intereses mutuos: la realpolitik pura y dura. Israel necesitaba construir un Estado y convertirse en potencia regional. Para la República Federal, “el propósito principal era distanciarse del pasado inmediato nazi con el fin de facilitar la integración en Occidente”. Alemania, de este modo, “se absolvió”, o “se blanqueó”.
La relación ha evolucionado desde entonces, explica Marwecki por correo electrónico, “pero la lógica de la absolución se mantiene: cuando más cercana la relación con Israel, mayor la distancia con el pasado”. Cuando Alemania habla de Israel, en el fondo siempre habla de la propia Alemania y la relación con su historia. Respecto al giro de Merz, dice, solo creerá en ello cuando se traduzca en hechos: el fin del envío de armas, la suspensión del acuerdo de asociación de la UE con Israel o el reconocimiento de Palestina. Iniciativas a las que Alemania se opone. “Hasta ese momento”, zanja, “pienso más bien que se trata de salvar la cara tardíamente”.