El número de desplazados en el mundo no ha hecho más que aumentar. En 2024, las personas que se han visto forzadas a dejar sus hogares por guerras, hambre o cambio climático se duplicó respecto a una década atrás. Sin embargo, el Consejo Noruego para los Refugiados (NRC, por sus siglas en inglés) ha analizado un hecho cada vez más evidente: la atención que reciben estas personas no es equitativa; depende, más bien, de las prioridades mediáticas y geopolíticas de los países donantes. Así lo afirma en su informe anual sobre las diez crisis más desatendidas del planeta, publicado esta semana. Lejos del foco internacional, cerca de 26 millones de personas desplazadas permanecen invisibles y aisladas de la asistencia humanitaria global.
La organización internacional ha efectuado su análisis a partir de tres criterios: la falta de asignación de fondos para atención humanitaria, la escasa cobertura mediática de los conflictos y la inexistencia de una voluntad política global para superarlos. Al cruzar estos indicadores, el NRC identificó ocho países en África (Camerún, Etiopía, Mozambique, República Democrática del Congo, Burkina Faso, Malí, Somalia y Uganda), uno en Asia (Irán) y otro en América Latina (Honduras).
El primero de la lista es Camerún, un país de África central que arrastra más de una década de conflictos y constituye todo “un caso de estudio sobre la negligencia global”. Los datos son contundentes: 2,8 millones de personas ―el equivalente a la población de la capital italiana, Roma― enfrentan inseguridad alimentaria aguda; es decir, la que pone su vida o sus medios de subsistencia en peligro inmediato. Sin embargo, el nombre de Camerún apareció menos de 30.000 veces en los medios de comunicación internacionales: una cifra mínima comparada con el medio millón de menciones a Ucrania, invadida por Rusia desde principios de 2022.
Etiopía, un país con 2,3 millones de desplazados internos y 1 millón de refugiados, alcanzó el segundo lugar, el más alto desde que NRC lanzó el reporte hace nueve años. Los ecos de la guerra en Tigray (2020-2022) y el escalamiento de la violencia en las regiones de Amhara y Oromia han dejado, junto con una intensa temporada de lluvias en julio de 2024, a cerca de 21 millones de personas en necesidad de ayuda humanitaria. Mozambique aparece por primera vez en la lista, como consecuencia del incremento de la violencia en la provincia de Cabo Delgado (norte del país) y del ciclón tropical Chido.
Burkina Faso, que encabezó la lista durante 2022 y 2023, cayó al cuarto lugar de la lista y la República Democrática del Congo, al octavo, el más bajo que ha ocupado. Sin embargo, “estos cambios no reflejan mejoras significativas (…). Más bien, ponen de relieve una realidad más dura: ahora casi todas las crisis humanitarias que se han prolongado en el tiempo son desatendidas”, resalta el informe.
Infrafinanciación
La desatención se ejemplifica en el déficit de financiación, reflejo de la falta de voluntad política. Al respecto, la responsable de comunicaciones del NRC, Laila Matar, insiste en una conversación con EL PAÍS en que los recursos necesarios para cubrir las necesidades humanitarias globales (25.000 millones de dólares, unos 22.000 millones de euros) equivalen “aproximadamente al gasto mundial en defensa cada tres o cuatro días”.
Simultáneamente, los recortes al presupuesto de ayuda humanitaria, impulsados por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, pero replicados por países europeos como Alemania, Francia o el Reino Unido, han dejado a “los países de la lista, que ya estaban desatendidos, aún más abandonados”, resalta la representante de la organización desde Oslo.
Mientras los recursos disponibles a nivel mundial alcanzan a cubrir apenas el 50% de las necesidades humanitarias, en los países de la lista el porcentaje cae por debajo del 40%, concluye el informe anual de NRC. En Etiopía, por ejemplo, alcanza apenas a cubrir el 28% de lo que se necesita; en Malí, el 39% y en Irán, el 25%. “La principal razón por la que estos conflictos reciben una financiación inadecuada es que son crisis prolongadas”, explica Matar. “Hay una especie de amnesia internacional, una incapacidad para mantener la atención”. Las políticas, dice, se están volviendo cada vez “más nacionalistas” y, “en ese clima, la ayuda tiende a reducirse”. Según subraya el informe, “millones de personas desplazadas permanecen ocultas y sin apoyo”.
En este contexto, hay dos factores sobre los que el informe llama la atención. De un lado, que quienes “sufren con más dureza” los efectos del cambio climático son las personas vulnerables, que enfrentan “las sequías prolongadas, las lluvias irregulares y los desastres cada vez más frecuentes”. De otro lado, que las crisis humanitarias ya no se limitan a las fronteras de los países, razón por la cual este año incluyó en su análisis “a los países que acogen refugiados y que experimentan sus propias crisis graves”. Ese es el caso de Irán, que alberga a más de seis millones de refugiados. O el de Uganda, que hace lo propio con 1,75 millones de personas.
Otros países, como Honduras, se han convertido en lugares de tránsito en la migración hacia Estados Unidos. Por el país centroamericano pasaron casi 375.000 refugiados y migrantes, en su mayoría provenientes de Venezuela o Cuba ―sujetos a sanciones económicas―, Haití ―inmerso en una crisis humanitaria y de seguridad―, Ecuador ―el país más violento de América Latina― o Colombia. También de países mucho más lejanos, como China, la India o Jordania. Además, 23.000 hondureños fueron devueltos forzosamente a su país durante 2024, sobre todo desde EE UU y México.