Desde las matanzas del norte de África al golpismo en el sureste de Asia, pasando por el incendio eterno de Oriente Próximo. Moscú acoge desde el martes hasta el jueves a más de un centenar de delegaciones de todos los rincones del mundo para debatir, y hacer negocios, sobre algunos de los polvorines más inestables del planeta. La decimotercera reunión internacional de altos representantes para cuestiones de seguridad, como se conoce este foro, es un escaparate de armas rusas, y algunos de sus clientes serán los países del Sahel. Según un informe reciente de Seguridad Nacional, la mayoría de los migrantes llegados en patera a España escapan del terror en esta región de África abandonada por Francia hace un año. Hoy Moscú trata de ocupar su hueco.
El evento de la capital rusa aborda “una nueva arquitectura de seguridad internacional”. Al acto han acudido representantes de los servicios especiales de países amigos de Rusia, como China y Corea del Norte, y regímenes golpistas de otras parte del mundo donde Moscú trata de afianzarse para explotar sus recursos o imponer su agenda, como Malí y Myanmar. También han sido invitadas otras figuras como el líder del territorio bosnio de la República Srpska, Milorad Dodik, sobre el que pesa una orden de detención de Sarajevo por promover leyes separatistas fuera de la legalidad.
El evento lo preside el jefe del Consejo de Seguridad ruso, el exministro de Defensa Serguéi Shoigú. “Lo más importante es demostrar que estamos a favor de una seguridad única e indivisible, que la seguridad no se usa contra alguien, sino a favor de todos”, ha declarado el que fuera uno de los responsables de la invasión de Ucrania hasta la purga emprendida por Putin en el organismo en 2024, un año después de la rebelión fallida del grupo de mercenarios Wagner.
“Sin ser una alianza políticomilitar, las relaciones rusochinas superan esta interacción interestatal”, ha manifestado Shoigú este martes ante la delegación enviada por Pekín, una comitiva de bajo nivel liderada por Chen Wenqing, jefe de la Comisión Central de Asuntos Políticos. Shoigú acompañó a sus invitados en una exhibición de drones, rifles de asalto Kaláshnikov y sistemas de guerra electrónica.
Industria militar
La industria militar rusa busca clientes en el foro. Rosoboronexport anunció en la víspera que presentaría “los últimos avances en la seguridad pública y estatal”. “Todos los productos que mostramos han sido probados en condiciones reales”, ha declarado la agencia constituida por el Kremlin para coordinar la venta de armas a otros países. Entre sus “pruebas” figuran desde las ciudades de Siria y Ucrania a la guerra de guerrillas en República Centroafricana y Myanmar.
Una pieza del puzzle ruso en el continente africano es precisamente el Cuerpo de África —el Afrikanski Korpus, en ruso—, una compañía de mercenarios estatal que opera bajo el control del Ministerio de Defensa. Esta organización está en proceso de asimilar las estructuras del Grupo Wagner después de que cúpula muriese en 2023 en un siniestro aéreo tras el que numerosos analistas ven la mano del Kremlin.
“No hay ideales, todo lo mueve el dinero, nada más”, decía a este periódico un veterano de Wagner hace unos meses mientras aguardaba a su nuevo destino.
El Kremlin mueve sus piezas en el Sahel. El jefe de la diplomacia rusa, Serguéi Lavrov, presidió hace un mes una conferencia en Moscú con los ministros de exteriores de Malí, Níger y Burkina Faso, naciones dirigidas por juntas golpistas militares y que formaron en la Alianza de Estados del Sahel en 2023 tras salirse de la Cedeao, un bloque auspiciado por Occidente.
“Rusia está lista para no solo fortalecer las capacidades de defensa de los tres países a través de canales bilaterales, sino también para facilitar la formación de las fuerzas armadas conjuntas de la alianza”, proclamó Lavrov.
Moscú envía alimentos en paralelo a estos países. Según fuentes de la agencia Tass, en lo que va de año el Kremlin ha suministrado 709,5 toneladas de guisantes a Burkina Faso, 20.000 toneladas de trigo a Níger y 29.400 toneladas de diésel a la República Centroafricana.
Meses antes, en diciembre de 2024, dos figuras clave, el vice primer ministro y exministro de Energía, Alexander Novak, y el viceministro de Defensa, Yunus-Bek Yevkurov, protagonizaron una gira por la región para sellar pactos bilaterales para la extracción de tierras raras y reforzar el despliegue de sus mercenarios.
Novak abordó la explotación de litio con el líder de la junta militar golpista de Malí, Assimi Goita, mientras que Yevkurov negoció la formación de tropas locales con el Cuerpo de África.
Después de Malí, la delegación rusa visitó Burkina Faso, donde discutieron el envío de un agregado militar con su jefatura de Estado, y Níger. Los yacimientos de uranio de este último país se han convertido en un filón para Moscú tras la retirada de Francia.
Rusia también mueve sus peones en el sureste de Libia. Según varios think tank, incluido el centro Jamestown, el mariscal Jalifa Hafter entregó a Moscú el control de una nueva base estratégica estos meses: el aeródromo Matan al-Sarra. Es desde esta posición donde el dictador libio Muamar el Gadafi atacó Chad en los ochenta para intentar expandir su influencia en el Sahel.
El think tank ruso Rybar lo niega. “Ya nos gustaría, pero lo cierto es que las bases de la zona ya han sido ocupadas por los turcos”, asegura este centro de análisis vinculado al Kremlin. “Nos alegraría saber que nuestras tropas han aparecido en Chad u otro país, pero esto no ha sucedido. Nuestros dirigentes no tienen una estrategia africana unificada y a menudo solo llegamos por invitación o para sustituir al Grupo Wagner”, agrega.
La compañía de mercenarios del empresario Yevgueni Prigozhin abrió un camino que el Kremlin está explotando ahora a fondo. Antes, gran parte de los ingresos obtenidos de los regímenes protegidos por sus soldados iban a las arcas de la compañía y no a las autoridades.
“La visita, no solo de diplomáticos y militares, sino también de intermediarios económicos, es un paso importante en el fortalecimiento de los lazos con las autoridades soberanas del Sahel”, destaca Rybar. “En República Centroafricana vimos cómo nuestros esfuerzos militares, separados de la economía, no produjeron los resultados deseados”, agrega.