Las persianas están bajadas. Hay una sombrilla plegada fuera y, ante la puerta, unas zapatillas que alguien dejó sin tiempo para guardarlas. Sobre el césped reseco, una pequeña estatua de Buda. Es mediodía, y el sol pega fuerte en el jardín. Un gato se mete veloz en el interior por un agujero cuando ve que se acercan unos extraños.
Este es −o al menos se le parece− el gato con el que Arthur A. posa en una de las fotos suyas que la prensa austriaca difundió este miércoles. Arthur A. es el austriaco de 21 años que el martes por la mañana irrumpió en la escuela donde había estudiado, y con una escopeta y una pistola adquiridas legalmente mató a diez personas. Después se suicidó.
Este es el jardín trasero de la planta baja donde vivía con su madre. Las fuerzas especiales de la policía descubrieron aquí una carta de despedida y una bomba casera, por fortuna inutilizable, así como un plan para organizar un ataque con explosivos. Esto es Kalsdorf, un pueblo de 8.500 habitantes en las afueras de Graz, la ciudad al sur de Austria donde, como en este barrio, nunca ocurre nada, y que, como todo el país, busca respuestas y no encuentra explicaciones.
“Esta es una historia americana, no austriaca”, dice Natalia Chalakova, que tiene 19 años y el miércoles pasaba por delante del jardín y el piso donde vivía el agresor con su madre sin saber lo que se había gestado ahí dentro. Acababa de descubrir, gracias a los periodistas, lo que sucedió el día anterior en este mismo lugar. “¿De verdad?”, reacciona cuando se le cuenta que aquí vivía el autor de la peor matanza en una escuela que se recuerda en este país. “Normalmente”, dice, “esto es tranquilo. Si hay algún problema, son niños peleándose en el patio”.
Este barrio de clase trabajadora en Kalsdorf, con viviendas uniformes de dos pisos, es una mini-Austria, con residentes de origen bosnio o, como Chalakova, búlgaro, y otros de origen autóctono. La sensación de confort y prosperidad, en este país, se extiende mucho más allá de las clases acomodadas: podría decirse que es lo más parecido a un ideal de la socialdemocracia europea, aunque aquí −también− la extrema derecha consiguió más de un tercio de los votos en las elecciones del pasado otoño.
En el ataque en el Instituto Federal Dreierschützengasse de Graz murieron tiroteados una profesora que estaba a punto de jubilarse y nueve estudiantes de entre 14 y 17 años. Eran siete chicas y tres chicos. Los 11 heridos están fuera de peligro. “Márchense, por favor”, suplicaba una adolescente en llanto, dirigiéndose al enjambre de periodistas, mientras llegaba a la escuela para recogerse ante el pequeño altar de flores y velas.
Contaba otra joven, Laura, estudiante de 19 años en otro instituto, que una amiga suya, alumna en el Dreierschützengasse, se salvó porque ese día se había quedado en casa para estudiar para los llamados exámenes de Madurez, equivalente a la selectividad. “Gracias a Dios”, suspira. Explica que otra amiga, en plena evacuación, vio los cadáveres de dos antiguos compañeros de clase. Y repite el estribillo que se oye una y otra vez: “Estas cosas se ven en las películas y en América. No aquí…”.
Paul Nitsche, pastor protestante de 51 años y profesor de religión en el instituto, tendrá trabajo cuando vuelva a clase y tenga que hablar con los alumnos de todo lo ocurrido, de la pérdida y el duelo, de la vida y la muerte, de lo inexplicable. “Ante la pregunta del porqué, no hay respuestas buenas”, dice durante una conversación interrumpida por el minuto de silencio que el miércoles, a las 10 de la mañana, paralizó Graz y toda Austria. “Simplemente es un sinsentido”, añade. “Quien diga que esto tiene algún tipo de sentido, no estuvo ahí dentro”.
Las preguntas retumban en la cabeza del pastor Nitsche, que trabajaba solo en un aula vacía el martes a las 10 de la mañana, pues no había clase ese día, y oyó ruidos. En un primer momento, pensó que eran petardos. Ni se le pasó por cabeza que fuesen disparos: “Estas cosas no pasan aquí”. Después, se dio cuenta de que podía ser algo grave. Salió corriendo, escaleras abajo. “Y vi al agresor, a cinco metros de mí, mientras intentaba abrir una cerradura con el arma. Seguí corriendo. Pensé: ‘Esto no puede ser verdad’”. Estas cosas no pasan aquí…
En un comunicado, la policía del land de Estiria, cuya capital es Graz, señaló que, además de la carta de despedida, en la casa de Arthur A. encontraron un vídeo de despedida. Según el diario Kronen, que cita fuentes de la investigación, Arthur A. envió este vídeo el mismo martes, antes de perpetrar el crimen, a su madre (su padre, de origen armenio, no vivía con ellos). Le pedía perdón por lo que iba a hacer y le dio las gracias por haberle cuidado. La madre tardó 24 minutos en abrir el vídeo. Demasiado tarde. En una de las fotos publicadas en la prensa austriaca, el joven aparece con su gato, presumiblemente el mismo que el miércoles, tras sentir que se acercaban los periodistas, se metía en la casa desde el jardín en Kalsdorf.
A unos metros de ahí, Esmeralda Cehajic, de 32 años y origen bosnio, contó que su padre solía ver a Arthur A. mientras paseaba a su perro, un labrador negro. “No había nada inusual en él”, dice. Otro vecino, que vive en frente, cuenta que este siempre iba vestido de oscuro y llevaba una gorra. El vecino se llama Thomas Gasser, tiene 38 años, es mánager en un supermercado, y habla desde su jardín, muy parecido al de la familia del agresor.
“Yo siempre lo saludaba, él nunca”, recuerda. La madre, en cambio, “siempre era amable”. Ahora Gasser piensa en su fiesta de cumpleaños, el sábado pasado, en este jardín, con 14 amigos, relajados y felices, ignorantes del peligro escondido a unos metros de ahí. “Es inquietante, muy inquietante”.