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RADIO SONIDO GRUPERO > Blog > Noticias > Jersón, la ciudad ucrania donde los drones rusos salen a ‘cazar’ civiles | Internacional
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Jersón, la ciudad ucrania donde los drones rusos salen a ‘cazar’ civiles | Internacional

Última actualización: junio 8, 2025 3:04 pm
RADIO SONIDO GRUPERO
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“Crímenes sistemáticos”Restos en una bolsa de plástico

En el hospital regional de Jersón retruenan las órdenes a gritos de un médico. Acaba de llegar otro herido por un dron ruso. Dos enfermeras acuden raudas y se llevan la camilla con las sábanas ensangrentadas. Es 31 de mayo y en las calles del casco viejo de esta ciudad del sur de Ucrania no hay ni un alma. Los sonidos de explosiones son constantes, sean proyectiles de la artillería rusa o drones bomba. “Cada explosión que oyes es una tragedia para nuestra gente”, dice Yevgueni Yimtsov, coordinador de la ONG Triostroi, dedicada a atender a refugiados.

Jersón y sus municipios colindantes tienen una localización maldita. Solo unos dos kilómetros, la anchura del río Dnipró, los separa de las posiciones rusas. En noviembre de 2022 la ciudad fue liberada de la ocupación y desde entonces el invasor la castiga sin descanso. Es difícil encontrar algún edificio que no haya sufrido las consecuencias de las explosiones. De los 300.000 habitantes que tenía antes de la guerra, hace más de tres años, ahora solo quedan 80.000.

En cada avenida, cada 100 metros hay construcciones de hormigón para que los transeúntes se refugien en caso de ataque. Las paradas de autobús, los parques infantiles, los cajeros automáticos o los accesos a los supermercados están protegidos con columnas de sacos terreros. Olena Kordik es una florista de la calle Pujachova. Algunos cristales del escaparate de su tienda están rotos. Es domingo por la tarde y no hay ningún cliente a la vista. En marzo, un dron golpeó el edificio de enfrente. Un portavoz de la administración militar indica que los rusos creían, erróneamente, que allí había un centro de distribución de drones ucranios.

Un vecino de Jersón pasa frente a un edificio bombardeado en Jersón, el 1 de junio.Cristian Segura

Este militar lleva un detector de drones. Estos aparatos, cada vez más extendidos entre las tropas y entre ONG que trabajan en el frente, detecta por radiofrecuencia la presencia de los vehículos no tripulados en un radio de cinco kilómetros. Cuanto más cerca está el dron del aparato, con más intensidad suena la alarma de detección. El pitido de la alarma no dejó de sonar durante horas.

Kordik se escondió en uno de los refugios de hormigón cercanos aquel día que el edificio vecino saltó por los aires. No deja de sonreír pese a que ahora, admite, tiene que correr con más frecuencia hacia el refugio: cada día suena por encima de ella el zumbido característico de los drones.

“Crímenes sistemáticos”

La situación en Jersón dio un vuelco a peor a partir de julio del año pasado. El Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas presentó el 28 de mayo un informe demoledor sobre lo que está sucediendo en esta región de Ucrania. La ONU concluye que “las tropas rusas han matado y herido de forma recurrente a civiles” en Jersón y en 16 municipios a lo largo del Dnipró. Se trata, según el informe, de crímenes contra la humanidad llevados a cabo con drones, “extendidos, sistemáticos y llevados a cabo como parte de una política de Estado”.

Una columna de humo por un ataque ruso se levanta sobre Jersón, el 1 de junio.Cristian Segura

No hay dudas, concluye el documento de la ONU elaborado tras meses de investigación: “Los ataques recurrentes con drones, la gran cantidad de vídeos difundidos en redes mostrándolo, y los numerosos mensajes [de militares rusos] exhortando a la población a marchar sugiere una política de Estado coordinada, por parte de las autoridades rusas, para forzar el desplazamiento de la población de la región de Jersón”.

Un detallado informe de la organización Human Rights Watch publicado el 3 de junio obtiene los mismos resultados. “Las fuerzas rusas han atacado a civiles con drones cuadricópteros mientras paseaban en bicicleta, caminaban, conducían o usaban el transporte público. También en sus hogares. Han atacado centros sanitarios, ambulancias y su personal. Las fuerzas rusas también llevaron a cabo ataques con drones contra supermercados y vehículos de reparto, obligando al cierre de casi todos los comercios en las zonas afectadas”, se lee. “Los ataques con drones contra las infraestructuras de gas, agua y electricidad, así como contra los trabajadores municipales que intentaban reparar los daños, han limitado aún más el acceso de los residentes a los servicios básicos”.

Entre julio de 2024 y el pasado 28 de mayo, la ONU había identificado 150 civiles asesinados en Jersón. El número ha aumentado a diario desde entonces. Yimtsov organiza un albergue en la ciudad para 40 refugiados de barrios y aldeas próximas al río, las más castigadas. El albergue ha recibido dos veces el fuego de artillería ruso.

El coche de Yimtsov, un turismo, tiene múltiples agujeros por las esquirlas de drones que han explotado cuando intentaban dar con él durante operaciones de evacuación. “Van a por civiles, no hay duda alguna, incluso para vehículos claramente identificados en misiones de emergencia humanitaria”, apunta.

El 2 de junio fue asesinado el conductor de un vehículo del hospital municipal al ser atacado por un dron. Yimtsov añade que a duras penas se atreven a acceder a la ciudad camiones de ayuda humanitaria.

Furgoneta del Hospital Municipal de Jersón destruida tras recibir el impacto de un dron ruso, el 2 de junio.Administración Militar de Jersón

Agustín-Ivan Veklak es el párroco de la iglesia de la Orden de San Basilio Magno, un templo greco-católico. Su parroquia está en los límites occidentales de Jersón. “Los drones han acabado llegando hasta aquí. Empezaron por los barrios próximos al río y ahora ya los tenemos aquí”, dice Veklak.

Restos en una bolsa de plástico

Es domingo y el sacerdote oficia varias misas. En uno de los bancos adelantados se sienta una mujer. Veklak cuenta que es la madre de un hombre al que tuvo que enterrar recientemente después de que un dron dejara caer sobre él una granada: “Sus restos cabían en una bolsa de plástico”. Aquel hombre ni era militar ni se encontraba en ningún espacio que fuera objetivo legítimo de guerra. Estaba andando por la calle.

Hay vecinos en Jersón a los que les cuesta creer lo que sucede. Personas como Katerina, de 30 años y que prefiere no aportar su apellido. Ella y su madre paseaban a sus perros en la tarde del 31 de mayo. Las dos han vivido toda la guerra en esta ciudad, también la ocupación. Se oyen cañonazos de artillería, pero los ignoran. La cuestión de los drones, explica, las hace estar más alerta, sobre todo por las pequeñas minas antipersona que lanzan y dispersan en el casco urbano. Un portavoz de la policía local mostró a este diario la imagen de uno de sus coches patrulla con la rueda destruida al pisar el día anterior una de estas minas.

“Yo prefiero creer que los rusos no lo hacen aposta”, dice Katerina, “que confunden vehículos civiles por militares. Los soldados sobre todo se mueven con coches civiles”. Esta joven admite que lo que no se explica es por qué han atacado ambulancias.

“El objetivo de los rusos es generar terror y poner a la población en contra de las Fuerzas Armadas de Ucrania”, explica Roman, un soldado de un batallón de marines. Roman tiene 28 años y está en Jersón visitando a sus padres. Su mujer e hijos viven fuera de Ucrania. Antes de la guerra era albañil y admite que su ciudad fue uno de los lugares con más colaboradores de las fuerzas rusas.

Yimtsov confirma que en 2022 y en 2023 era un problema la presencia de unidades militares ucranias en el casco urbano porque convertía la ciudad en objetivo. Así lo pudo confirmar por entonces EL PAÍS. “Hace poco se plantó un blindado de infantería con soldados frente al albergue y les pedí que se fueran porque podrían tomar el lugar por una base militar”, explica este voluntario, “pero las tropas han prácticamente desaparecido de la ciudad desde que estamos asaltados cada hora por drones”.

Un edificio civil destruido tras un ataque ruso, el 1 de junio en Jersón.Cristian Segura

En un colmado del distrito de Dnipró no había ningún militar cuando un dron bomba ruso Lancet impactó allí el 1 de junio. Falleció una mujer, además de dos heridos. La familia de la muerta lloraba frente a las ruinas humeantes del establecimiento. Dos horas más tarde de la visita de EL PAÍS, el lugar volvió a ser atacado por la artillería.

“Drones, drones, drones, ahora a los periodistas solo les interesa Jersón por los drones”, lamentaba Zlata, una adolescente de 16 años que participaba en una clase de cine en un refugio de la ciudad. Una ONG checa imparte un curso para que jóvenes aprendan a sobrellevar el terror cotidiano filmando cortos. De allí, Zlata fue al teatro Milola Kulish, donde en los sótanos se organizaba un festival de monólogos humorísticos. El teatro, bajo la dirección de Oleksander Knija, se ha convertido en un centro de actividades sociales. Los accesos están cubiertos con redes de pescar, que sirven de parapeto para los drones.

El edificio está a solo 1,5 kilómetros de las posiciones rusas. Todavía son evidentes las consecuencias de un proyectil de artillería que impactó el día anterior a 50 metros del teatro. Sus pasillos están decorados con carteles con lemas que llaman al coraje. “Los rusos quieren que nos vayamos de aquí”, contaba Knija mientras aplaudía a uno de los monologuistas, “y esto es lo último que pensamos hacer”.

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