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La marea ultra amenaza el camino de la UE hacia la autonomía estratégica | Internacional

Última actualización: junio 8, 2025 6:55 am
RADIO SONIDO GRUPERO
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Contents
Las causas del augeEl impacto en el proyecto comunitarioMecanismos de obstrucción

Una serie de resultados electorales ha evidenciado en las últimas semanas la pujanza de los partidos ultraderechistas europeos. Este persistente auge complica seriamente el camino de adaptación de la Unión Europea a los retos de una nueva época geopolítica y socioeconómica. La construcción de la autonomía estratégica —un concepto que va mucho más allá de la mera dimensión de la defensa- requiere nuevos consensos, nuevos pasos de integración, nuevas competencias comunes que será difícil cristalizar en un panorama político marcado por la pujanza de fuerzas nacionalpopulistas, según señalan los expertos consultados para esta información.

La serie de resultados electorales es elocuente. Estos grupos lograron recientemente la presidencia de Polonia, la rozaron en Rumania, obtuvieron la segunda plaza en las legislativas de Portugal. Los sondeos señalan la fortísima pujanza de AfD en Alemania o, fuera de la UE, del partido Reform, de Nigel Farage, que se halla el primero en el Reino Unido. En Países Bajos, un envalentonado Geert Wilders ha decidido tumbar el Gobierno. Este lunes, en coincidencia con el aniversario de las ultimas elecciones europeas, una de las familias de la ultraderecha —los autodenominados Patriotas— ha convocado un acto en Francia en el que está previsto que participen la francesa Marine Le Pen, el húngaro Viktor Orbán, el italiano Matteo Salvini, el español Santiago Abascal y Wilders entre otros.

Quienes pensaban que las características extremas de la presidencia de Trump —y su animadversión hacia Europa— pudiesen pasar factura a partidos socios o pertenecientes a su órbita ideológica en este lado del Atlántico se ven desmentidos por los hechos. En Europa no se está reproduciendo la dinámica de Canadá o Australia, donde candidatos de otra inspiración han logrado fuertes resultados reduciendo las expectativas de los afines a Trump.

“Creo que el efecto Trump fue realmente fuerte solo en Canadá, por razones obvias: es fronterizo con Estados Unidos y ha afrontado amenazas de anexión. En Australia, el efecto probablemente fue pequeño o marginal, y la derrota fue más bien autoinfligida por una campaña terrible de los liberales. En Europa, será más parecido al de Australia que al de Canadá, dada la distancia”, preveía Cas Mudde, influyente politólogo neerlandés especializado en ultraderecha, en un intercambio de correos a mediados de mayo, cuando se empezó a preparar esta información.

“En cualquier caso, se puede ver a algunos políticos de extrema derecha europea distanciándose un poco de Trump. Creo que Trump es tóxico en la mayor parte de Europa, incluso entre parte del electorado de extrema derecha. Sin embargo, mientras los partidos, y especialmente sus líderes, mantengan cierta distancia de Trump y no parezcan seguidores serviles, sus votantes no los castigarán”, concluía Mudde.

Steven Forti, historiador italiano y también especializado en estas cuestiones, ve elementos estructurales que siguen sosteniendo el avance de las fuerzas de ultraderecha al margen de situaciones coyunturales.

Las causas del auge

“Estas fuerzas entienden muy bien el malestar y saben capitalizarlo. Hay tres factores clave. El primero es el aumento de las desigualdades. Aunque se ha respondido a la crisis pandémica con el Next Generation, venimos de décadas de recortes, y no parece que haya un verdadero cambio de paradigma”, dice Forti por teléfono. “En segundo lugar, una reacción cultural ante cambios que se están dando en nuestras sociedades, por ejemplo en materia migratoria. En tercer lugar, dificultad que están viviendo los sistemas liberales y pluralistas, por ejemplo con el debilitamiento de los cuerpos intermedios”.

Apoyada en esos factores, que sus adversarios no logran desactivar, la ultraderecha europea dispone de gran fortaleza política, lo que condiciona el camino de reformas que las fuerzas europeístas quieren desarrollar para adaptar el proyecto común a un nuevo tiempo peligroso, bajo el estandarte del concepto de autonomía estratégica europea, o incluso de “independencia”, según el vocablo utilizado por el canciller alemán, Friedrich Merz.

El concepto abarca un extraordinario abanico de políticas, entre las cuales el fortalecimiento de la Defensa europea es el más evidente, pero no el único de gran relevancia. Entre otras, deben considerarse especialmente el impulso a la competitividad europea -en las sendas trazadas por los informes de Draghi, sobre esta materia, y de Letta, sobre la culminación del mercado común-, sin la cual no es posible una verdadera autonomía; o la protección de espacios de debate democráticos sanos frente a interferencias y manipulaciones internas o externas.

En paralelo a esos proyectos, se yergue la necesidad de desarrollar una dimensión social sin la cual, según muchos políticos y expertos, será difícil mantener el apoyo ciudadano. En su informe Mucho más que un mercado, Letta incluye una cita de Jacques Delors que cristaliza esa idea: “Si las políticas europeas ponen en peligro la cohesión y sacrifican los estándares sociales, el proyecto europeo no tendrá ninguna posibilidad de ganar el apoyo de los ciudadanos europeos”.

Estas políticas tienen en el auge ultraderechista un serio obstáculo. Aunque se trata de una galaxia heterogénea —algunos son visceralmente anti-Putin, otros veladamente benévolos hacia Rusia; algunos son retrógrados en materia de derechos de la mujer, otros algo más moderados en esta dimensión—, es evidente que los comunes denominadores de la familia son problemáticos para el camino de integración de la UE. “Es difícil ser optimista. Visto el panorama, no se puede no tener cierto escepticismo acerca de la capacidad real de conseguir un cambio de rumbo importante”, considera Forti.

El impacto en el proyecto comunitario

Los informes de Letta y Draghi coinciden en señalar la persistente fragmentación en muchas áreas —por ejemplo los sectores de la energía, de las finanzas, de las telecomunicaciones— como freno para mejorar productividad y alcanzar la escala necesaria para competir en el brutal mundo del siglo XXI. Pero, aunque hayan abandonado maximalismos —como proponer la salida de la UE o de la zona euro— las fuerzas ultraderechistas siguen meridianamente ancladas a posiciones de freno del camino hacia una mayor integración.

El informe de Draghi considera que son necesarios unos 800.000 millones de euros más al año en inversiones para cumplir los objetivos. Las fuerzas ultraderechistas de los países prósperos serán sin duda un lastre a la hora de diseñar esquemas de financiación mancomunados.

En cuanto a la consolidación de la autonomía europea por la vía de la protección de la limpieza del debate democrático, no hay duda de que muchas de estas formaciones serán elementos de resistencia, que se conectarán en esa tarea con la Administración Trump. Todos son conscientes de que la libertad de propagar ciertos tipos de mensajes es clave para su éxito. El vicepresidente de EE UU, J. D. Vance, pronunció un discurso esclarecedor en ese sentido en la Conferencia de Seguridad de Múnich, en el que trató de conseguir que Europa se inhiba a la hora de aplicar controles a ciertos mensajes. Allá donde los asistentes esperaban palabras de solidaridad frente a la amenaza rusa, se encontraron con que Vance consideró que la mayor amenaza para Europa es, a su juicio, una presunta limitación de la libertad de expresión de la ultraderecha. Aprovechó para interferir en la política nacional alemana con un explícito espaldarazo a AfD.

Por lo que concierne la perspectiva del desarrollo de una dimensión de protección social europea, el panorama no es mejor. Aunque se trate de una galaxia heterogénea, estos partidos tienden a coincidir en su voluntad de mantener las capacidades de acción de protección social en el seno de los Estados nación, lo que favorece su proyecto nacionalpopulista.

En cuanto a la perspectiva puramente de defensa, el panorama es algo menos problemático, pero no exento de desafíos.

“Hasta ahora, los partidos de extrema derecha han seguido en su mayoría a los partidos tradicionales en lo que respecta a la política de defensa en general, y a las políticas sobre Rusia y Ucrania en particular”, considera Mudde. “Creo que esto seguirá siendo así, pero serán partidarios escépticos de ambas iniciativas. Por lo tanto, apoyarán la construcción de una fuerza militar europea, dentro o fuera de la UE o la OTAN, pero se opondrán a los costes y a todo lo que huela a poderes federales. De manera similar, apoyarán a Ucrania, pero también se quejarán de que se destina demasiado dinero allí y de que hay muy poca transparencia. Al final, la política exterior es secundaria para la extrema derecha y, en general, seguirán el estado de ánimo del país y de sus votantes”, concluye.

Otras áreas igualmente importantes para la construcción de la autonomía estratégica —como la negociación para el nuevo marco presupuestarios plurianual o las políticas de ampliación de la UE— se topan con serias dificultades.

Mecanismos de obstrucción

El potencial de obstrucción de las fuerzas ultraderechistas discurre por dos planos esenciales. Uno es el institucional, gracias al poder del que disponen liderando —como en Italia o Hungría— o siendo parte de gobiernos europeos. Esto ofrece la posibilidad de bloqueo esgrimiendo vetos donde se requiere la unanimidad o conformando minorías de freno donde se requieren mayorías cualificadas.

El otro plano es el de la influencia política que ejercen, condicionando las posiciones de otros partidos, especialmente de la derecha tradicional. En muchas áreas, esta, temerosa de verse sobrepasada, desplaza sus postulados en dirección del ideario ultraderechista. Además, en algunos casos, la familia popular en el Parlamento Europeo parece dispuesta a quebrar la mayoría europeísta tradicional para converger en ciertos asuntos con amplias partes de la nutrida representación ultraderechista en la Eurocámara.

Hay expertos que consideran que esta influencia está alterando el espíritu de los valores fundacionales del proyecto común.

“El equilibrio político europeo se está desplazando hacia la extrema derecha. Lo estamos viendo en el retroceso en la agenda verde o en la inacción frente a episodios de vulneración del estado de derecho. Creo que se está dinamitando el proyecto europeo como reto político, cultural y ético, porque los valores fundacionales de la Unión Europea se han resignificado. La solidaridad entendida cuando nació la Unión Europea, [en tiempos] de Delors, es muy diferente al actual”, dice, en conversación telefónica Anna López Ortega, autora de La extrema derecha en Europa (Tirant, 2025) y doctora en Ciencias Políticas de la Universidad de Valencia.

López Ortega señala que el efecto Trump es ambivalente. Por un lado, tiene un valor normalizador. Por el otro, si se materializaran consecuencias de su acción negativas para Europa, sería más difícil para los partidos ultra distanciarse y podría haber un estímulo de movilización europeísta.

Giovanni Capoccia, profesor de Política Comparada de la Universidad de Oxford, y actualmente visitante en Sciences Po París, señala que el general clima de polarización afectiva —por el cual muchos votantes tienden a un cierre de filas emocional más que a un análisis racional de los hechos— complica la tarea de convencer a los ciudadanos sobre la base de la reflexión acerca de la acción de Trump.

“Hace falta un esfuerzo concertado de los otros partidos para mostrar la contradicción entre ser nacionalistas y sostenedores de un enemigo de la nación”, dice Capoccia en conversación telefónica. “Pero la polarización y un ambiente de comunicación pulverizado e incontrolable hace que sea muy difícil establecer una conexión racional. Ante esto, es necesaria una acción regulatoria, y la implementación eficaz de lo que se regule. Pero también hay un aspecto meramente político, la capacidad de hallar vías para hacer evidente esa contradicción”.

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