Se trata de un debate recurrente e impopular, que resurge especialmente en tiempos de crisis como los actuales, con la economía estancada tras dos años de recesión y una población envejecida que hace tambalear el robusto Estado social de Alemania. Pero, ¿son los alemanes unos vagos, como dejó entrever recientemente el canciller Friedrich Merz?, ¿o esta sensación es tan solo producto de una estructura social y de incentivos fiscales errónea?
“En este país tenemos que volver a trabajar más y, sobre todo, de forma más eficiente”, afirmó hace unas semanas Merz en una jornada económica de su partido, la Unión Cristianodemócrata (CDU). “Con la semana de cuatro días y el Work-Life-Balance [el equilibrio entre la vida personal y profesional] no podremos mantener la prosperidad de este país”, agregó, desatando una oleada de críticas, que le acusan, entre otras cosas, de querer combatir los síntomas con recetas del mundo laboral del pasado.
Titulares como Los alemanes no son vagos, es el mundo laboral el que es pésimo o La leyenda de los alemanes vagos se han sucedido desde entonces. Mientras, los alemanes consideran injustas las palabras de Merz. “No creo que seamos unos vagos. No se puede generalizar. En todos los países hay personas muy trabajadoras y personas que a lo mejor trabajan menos”, comenta Dorothee Schultz, que lleva años en una gran empresa alemana en Berlín. Como en todos lados, cuando hay que cumplir un plazo, hace muchas horas extra.
Esta mujer de 48 años, que trabajó hace tiempo en Mallorca, no cree que sea diferente a España: “Allí también tenía la sensación, como aquí, de que algunos son más bien vagos y otros trabajan mucho”. Sin embargo, sí reconoce que en el caso de las madres hay una gran diferencia. “En Alemania, especialmente en el sur, existe un modelo anticuado en el que la mujer se queda en casa durante años y luego trabaja a tiempo parcial”, explica Schultz, en una tarde veraniega a la salida de su trabajo.
En su opinión, eso se debe a los relativamente altos salarios de numerosas personas y a las generosas ayudas sociales. Aunque deja claro que es, sobre todo, en Baviera, donde recuerda que aún existe la palabra Rabenmutter (Madre cuervo) para criticar a las mujeres trabajadoras que supuestamente no cuidan lo suficiente a sus hijos.
A Alexander Eckstein, que trabaja en una consultora alemana en el centro de Berlín, no le sorprenden las palabras de Merz. “Ya se sabe cuál es la postura de la CDU”, comenta este hombre de 44 años. “Yo trabajo a tiempo completo, 40 horas o más, en realidad. Incluso tengo uno de esos contratos con horas extras que se compensan con el salario. No me las pagan aparte ni puedo librarlas”, agrega. Pero reconoce que depende del tipo de trabajo. Tiene amigos que por convenios trabajan 35 o 36 horas a la semana y sus amigas madres tienen jornadas reducidas.
“Creo que la mayoría trabaja entre 35 y 40 horas”, reflexiona y descarta que deban trabajar más. “Sinceramente, es una tontería. Cada uno trabaja tanto como puede o quiere. Si yo tuviera una familia y dijera que solo quiero trabajar 30 horas a la semana, Merz no podría cambiarlo”, sentencia.
Respeto por el descanso
Un elemento diferencial de Alemania respecto a otros países es el respeto por el descanso. No es frecuente, ni está bien visto, llamar a los trabajadores fuera de su jornada o en días libres. Tampoco es habitual el concepto de “calentar la silla”. En Alemania los comercios cierran los domingos y festivos, con contadas excepciones. Todo esto podría resumirse en la palabra Feierabend, un concepto popular que engloba esa idea del descanso del trabajador, de “no me molestes hasta mañana”.
Sin embargo, es innegable que Alemania se encuentra en una crisis de productividad. Pero los economistas recuerdan que no es la pereza lo que frena a Alemania, sino obstáculos estructurales como las dificultades para integrar de manera efectiva a los inmigrantes en el mercado laboral, la burocracia excesiva, la falta de digitalización e innovación o la deficitaria estructura de guarderías.
Los alemanes son los que menos trabajan de media al año, con 1.343 horas, según datos de la OCDE de 2023. Bastante menos que las 1.632 de España. No obstante, esta estadística no tiene en cuenta la jornada reducida o que los alemanes tienen de media unos 30 días laborables de vacaciones.
Si bien en 2024 se batió un récord de personas activas, nunca ha habido tantos empleados a tiempo parcial. Casi la mitad de las mujeres y uno de cada ocho hombres no trabajan a tiempo completo, según la Oficina Federal de Estadística. El número aumenta entre las madres con hijos menores de tres años, un 73%. A esto se suma que muchas empresas han reducido jornadas por la recesión.
La productividad alemana
Pero que los alemanes trabajen menos que sus vecinos no es nada nuevo. Durante años fue más un motivo de orgullo que de vergüenza. Se veía como un reflejo de su eficiencia en el trabajo y de su progreso. Pero la elevada productividad alemana es cosa del pasado.
“No se gana mucho apelando ahora a que se trabaje más, eso no servirá de nada”, explica por teléfono Holger Schäfer, experto en mercado laboral del instituto de economía IW. A su modo de ver, habría que cambiar las condiciones marco para que la gente quisiera trabajar más. “Un factor importante es mejorar la infraestructura de guarderías”, indica. “Pero no soy muy optimista, porque el pico de jubilación de los baby boomers [la generación nacida entre los años cincuenta y sesenta] se producirá aproximadamente en 2030, y la creación de guarderías lleva bastante tiempo”. Otro factor sería mejorar las cargas fiscales para que “merezca la pena trabajar más”.
Crisis económica y demográfica
Para el economista, ante la inminente escasez de mano de obra, habrá que conseguir una compensación en algún lugar. “Ya sea mediante una mayor inmigración cualificada, un aumento de la participación o mediante jornadas más largas y reduciendo los incentivos a la jubilación anticipada que existen. Si no lo conseguimos, tendremos prácticamente una crisis económica o un estancamiento como estado permanente”.
Si Alemania quiere mitigar la crisis demográfica que amenaza su prosperidad, puede hacer dos cosas: ser más productiva o trabajar más. Por lo que este debate no es una sorpresa. “Básicamente, se ha suscitado porque reina el pánico tanto demográfico como económico”, analiza el sociólogo Philipp Staab, profesor de la Universidad Humboldt de Berlín. Para este experto en cambio tecnológico y mercado laboral, alertar de la pereza como si esta fuera un fenómeno relevante es “la clásica proyección de los problemas económicos, por así decirlo, sobre individuos supuestamente perezosos”.
Staab recuerda, en una conversación telefónica, que fueron los baby boomers los que introdujeron estas ideas de conciliación de la vida laboral y familiar, de modelos de jornada laboral flexibles. Ahora, los milenials y la Generación Z se basan en estas exigencias culturales para “formular nuevas exigencias en el mercado laboral”, indica sobre dos generaciones para los que la flexibilidad laboral se ha convertido en uno de los puntos más importantes.
Asimismo, sobre el elevado número de personas con jornadas reducidas señala que “siempre” ha tenido ventajas fiscales. Pero rechaza que los dos padres tengan que trabajar a jornada completa, algo que cree que es “estructuralmente inviable” y que, a diferencia de otros países donde es normal dejar a los niños a cargo del Estado a una edad muy temprana, en Alemania “no es culturalmente aceptable”.
“La falsedad, la hipocresía realmente siniestra de este debate, radica en señalar con el dedo a los jóvenes porque no se quiere tocar las pensiones de los mayores. Porque no se puede prescindir de los jubilados para ganar las elecciones”, comenta. “Ese es el verdadero problema”. Al fin y al cabo, es más fácil polemizar contra el equilibrio entre la vida laboral y la vida privada que explicar el factor de sostenibilidad de las pensiones.